no me gustaban ni en puré.
entonces me preguntaba
para qué había Dios creado
las calabazas.

en el patio
de la casa de la nona
avanzaba Pochi con mate en mano
hablando de Walter Pico
y el golazo
de cabeza que le metió a
las gallinas
en el mismo Monumental.

yo iba detrás
esperando la detonación.

la tercera y cuarta calabaza no fallaban nunca.
pero había que tener paciencia, esperar.
ya llegaría.

allí aguardaban ellas,
prendidas del aire,
atravesando el patio como lamparitas de
carnaval.

Pochi caminaba como
tanteando el planeta
como si de pronto pudiera
poner un pie en el espacio
y perderse en la madrépora de
estrellas impalpables.

sí, qué golazo, repetía.
y las mejillas se le enjutaban
con la bombilla entre los labios.

yo lo seguía con mis años,
y con Mazinger Z en mi carretilla.
lo seguía y esperaba.
ya llegaría.

a mí el puré de calabaza no me gustaba.
así que Dios, indudablemente,
las había creado para otra cosa.

para eso que sucedería cuando Pochi
por fin
alcanzara la cuarta, quinta a lo sumo,
fila de calabazas.

y este domingo jugamos contra Ferro, decía.
yo iba abriendo la boca para la carcajada.

y de pronto acontecía:
Pochi cabeceaba involuntariamente
siempre la misma calabaza
y puteaba y se llevaba la
mano a la cabeza y se frotaba como un chico.

entonces sí.

comprendía para qué diablos Dios
había traído a la Tierra esas cosas:
no eran para puré
sino para que Pochi cabeceara,
para que yo riera,
y para que ni la muerte pudiera
en su angurria caníbal
comerse ni un pedacito así
de la memoria.

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